El título con el que bautizamos este artículo, bien puede parecer el de
una película de ciencia ficción, tal vez algo escandaloso o amarillista, sobre
todo, tomando en cuenta que para que el Sol se apague, falta muchísimo tiempo,
y es algo que no alcanzaremos a ver, y muchísimas de nuestras generaciones
futuras tampoco. Sin embargo, es algo que ocurrirá inevitablemente.
Y a pesar de ser algo que ocurrirá en un tiempo muy lejano, toda una eternidad
para nosotros, este hecho nos puede llevar a reflexionar sobre la
transitoriedad de la vida humana, y de nuestro mundo.
Nuestro Sol está concebido para tener una duración aproximada de 10.000
millones de años, y de ese tiempo, ya lleva consumiéndose, 4.500 millones de
años, casi la mitad de su vida.
Eso significa que al Sol le quedan todavía unos 5.500 millones de años,
así que, desde ese punto de vista, podemos respirar tranquilos: la vida humana
está garantizada por un muy largo tiempo.
Pero hagamos un ejercicio de imaginación: supongamos que han
transcurrido esos 5.500 millones de años, bueno, un poco menos, 4.400 millones
por lo menos, y supongamos también que no hubo otras circunstancias que acabaran
con nuestro planeta (choque de meteoros, cataclismos, guerra nuclear, etc).
Es importante imaginar esto también (que no haya otros eventos que
acaben con el mundo antes de tiempo), si miramos hacia atrás, a tiempos
remotos, nuestro planeta no era un lugar seguro, pues de pronto surgían montañas,
había diluvios, se abría la tierra, etc. Es bueno recordar lo que ocurrió con
continentes desaparecidos como la Atlántida y Lemuria, que hoy los vemos como
si fueran parte de una historia mitológica.
Si la humanidad se mantiene viva 5.400 millones de años después,
quienes habiten el planeta vivirán el terrible espectáculo de observar como el
Sol empezará a expandirse, a ponerse de color naranja. Al irse consumiendo, su
masa expandida alcanzará primero a los planetas Mercurio y Venus, y los
derretirá prácticamente.
Los terrícolas del momento no tendrán que esperar a que el fuego del
Sol los alcance para ser testigos y protagonistas del fin del mundo y de la
vida en el planeta, pues antes de que eso ocurra, las altas temperaturas harán
imposible cualquier tipo de sobrevivencia.
Luego, llegará el momento en que el Sol se apague, se enfríe, y se
convierta en una estrella enana de color blanco.
Para ese momento, no quedará ningún vestigio de vida, y todo legado que
haya dejado la humanidad, desaparecerá irremediablemente.
Con esta reflexión no pretendemos dar una visión catastrófica de la
vida, sino llamar la atención sobre hacia donde debe dirigirse la búsqueda de
trascendencia del ser humano.
Muchos personajes que aman el poder, la gloria y la fama, centran sus
aspiraciones no solo en la obtención de los bienes materiales, sino que además
tienen grandes deseos de “pasar a la historia”, “dejar un legado”, “trascender”,
que las generaciones futuras siempre los recuerden.
Eso puede ocurrir por un largo tiempo, pero sin duda, en la lejana
época que describimos, todo desaparecerá, y no quedará vestigio de ninguna obra
del ser humano.
Por eso, la verdadera búsqueda de trascendencia, debe buscarse, para
realmente dejar huella, en el plano espiritual. Todo lo que aprendamos, todo lo
que logremos para nuestra evolución, sólo será realmente trascendente en el
plano espiritual.
La verdadera búsqueda de trascendencia debe estar en nuestro ser
interno, y en el camino de retorno a planos superiores.
Con respecto a la inmensidad eterna del universo, nuestra vida es
apenas un parpadeo; y la eternidad que durará nuestro Sol es un pequeño instante
con respecto a estrellas mucho más grandes, que también son efímeras en
relación a la eternidad universal.
Por lo pronto, si bien debemos prestar atención a nuestros asuntos
mundanos, tomemos un tiempo para ver más allá, a aquello que dé verdadero
sentido a nuestras vidas.
De todas formas, esperemos también que para aquel lejano tiempo en que
nuestro Sol esté por extinguirse, la raza humana haya avanzado tanto, que le
sea posible mudarse a otro planeta con condiciones similares al nuestro. Por
ahora, eso es ficción, pero todo es posible…
Ilustración:
Pedro González Rondón
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